Torre de emociones

A veces nos gustaría pensar que educar a un/a niñx es como ser un arquitectx, pensar que si juntamos bien todas las piezas, seremos capaces de construir una torre indestructible, inexpugnable, sin fisuras… A veces para hacer eso intentamos “hacerlxs fuertes”, que no muestren debilidad. En ocasiones para conseguir esto caemos en la trampita de “educar sus emociones”. No darles importancia (“eso no es nada, no seas tan sensible”), lxs ridiculizamos (“eres un/a quejica”), lxs castigamos (“como sigas así me voy, ahí te quedas”), lxs asustamos o amenazamos (“mira que te vas a quedar solx”), o incluso nos hacemos la víctima y lxs culpabilizamos de nuestra reacción (“¿¡ves lo que me has obligado a hacer!?”).

Aunque ya lo sabíamos, a lo largo de nuestra experiencia hemos constatado que quizás el “truco” con las emociones no esté tanto en “educarlas”, si no en acompañarlas y ayudarles a aceptarlas y manejarlas. Todas son válidas, todas son necesarias… Todas tienen su función, incluso las más incómodas para nosotros (y para ellxs).

Lxs menores que sufren esa falla en el acompañamiento de sus emociones, al llegar a la adultez, lejos de “saberse el truco”, son más vulnerables a que otrxs les hagan lo mismo. De manera que si queremos ser unxs buenxs arquitectxs, probablemente más que doblegar y moldear el material que tenemos, acompañarlx para que busque la mejor manera de asentarse, sea de lo más sensato que podemos hacer…